sábado, 13 de diciembre de 2014

"La soledad del entrenador" Miguel Ángel Expósito

Un entrenador del fútbol español escribe sobre la soledad del entrenador. Un texto totalmente comparable con lo que vivimos en el básquetbol:

(Documento publicado en www.lacenadelmister.com)

29 de mayo del 2014

Desde que pidieron que escribiera sobre esta frase tantas veces oída y mencionada, he tenido dudas de cómo enfocarlo. No era capaz de encontrar ese momento de inspiración para expresar sobre un papel lo que mi cabeza pensaba. Era curioso pero 9 años entrenando y no era capaz de explicarlo. Pues bien… Son las 00:23 de la madrugada, y aquí estoy. He llegado a casa hace hora y media aproximadamente y mi pareja estaba ya en la cama. Hace algo más de dos horas que hemos perdido un partido importante. Ha sido una derrota dura, como un empujón por la espalda sin avisar que te hace juntar la nuca con la espalda. A falta de 4 jornadas nos quedamos con apenas opciones de ascender a Juvenil Nacional.
No se sí es el hecho de perder, o que cuando llegué a casa mi chica dormía, o ambas o yo que se…. El caso es que creo que he empezado a comprender lo que es la verdadera soledad del entrenador. Por compararlo con algo es como ese eterno debate de qué es jugar bien. Para mí, jugar bien se acerca más a defender bien, a estar organizado defensivamente. Podéis estar de acuerdo o no pero creo que la soledad del entrenador es esa, o se siente más, cuando se pierde. Tal vez sea una obviedad, lo sé.
También creo que experimentamos distintos tipos de soledad. Las soledades de un entrenador se viven durante muchos momentos a lo largo de la semana: en casa preparando la sesión, revisando vídeos, viajando a 30 kilómetros para ver un partido de tu próximo rival… Soledad física por llamarla de alguna manera. Una soledad que al fin y al cabo, en mayor o menor medida se disfruta. Está la soledad acompañada. Me explico: estás en el partido, con tu segundo, con el “físio”, con el “prepa”… Acompañado pero solo. Miras, observas, analizas, escuchas… Pero estas sólo. Con tu ideas, con tu pensamiento, analizando lo que ve y te comenta tu segundo. Y llega ese momento en el que estas del todo solo. El momento de decidir. Esa decisión que puede cambiar el partido. A un lado u otro. Acompañado eso sí, pero solo. Tú decides.
Hay otra que la he llamado la soledad no compartida. Esa que cuando ganas y sales con tus amigos, pareja, familia… Todos hablan de algo y tu ahí, deseando que te pregunten “¿Que tal? ¿Qué habéis hecho?” Todos hablan y tú asientes a todo como si te enterases de algo. Tu estas todavía en el partido, disfrutando de todo lo bien que se han hecho las cosas, escrutando cada detalle. Y nadie pregunta, nadie quiere compartir tu soledad, pero en parte te da un poco igual, tú sigues disfrutando. A veces pienso que puede ser aposta. Nos conocen y saben que como pregunten se acabó cualquier tema de conversación y el fútbol podría monopolizar la velada.
Podría decirse que la compartida es al contrario. Cuando pierdes parece que llevas un cartel en la cara y aparece ese inevitable y no deseado “¿Qué te pasa?” Y quieras o no, digas la verdad o no, ya está… La estas compartiendo aunque sea sólo con esa cara de mojón escocido como dice un amigo mío. Pero aunque compartas tu sentimiento, estas solo. Físicamente no, pero mentalmente sí.
Y luego esta la verdadera soledad del entrenador. La que siento yo hoy. La que me ha llevado a escribir todo esto desde la cama y en el móvil. Como decía unas líneas más arriba hoy hemos perdido. Nos hemos quedado sin apenas opciones de asenso a 4 jornadas. No está todo perdido pero es un palo muy duro. En casa, tras una buena primera parte y con 1-0, un 2-0 dudosamente anulado. Un partido de esos que no sabes como pero el rival empieza a hacerse con el partido y empiezas a fallar y… Total, no era el día y hemos perdido. Desde qué te montas en el coche camino a casa (mentira mucho antes) empieza esa “soledad” la otra, la que no se que nombre ponerla. Antes (veis como era mentira) buscas una explicación, analizas…al final casi siempre decides que mañana mejor, mañana en frío. Mentira también. ¿El camino a casa? La verdad no se si he venido por donde siempre o he ido hasta Valencia y he dado allí la vuelta. Cuando he querido darme cuenta estaba en el garaje aparcado y con el motor y las luces apagadas. Sólo recuerdo el esfuerzo de los jugadores, la mala suerte (?) las caras de cansancio y frustración, los ánimos entre los jugadores, las lágrimas… Todo eso mientras todavía te preguntas: ¿Que ha pasado? ¿Por qué? ¿De verdad valgo para esto? ¡¡Lo he hecho fatal!! Te crees que no volverás a ganar un partido más, que el próximo día nos meten 8. Entro a casa y mi chica duerme, ajena a toda esta puta locura. Pienso que casi hasta mejor, no quiero que sufra conmigo por “esta gilipollez.
Ducha y a la cama. ¿Quién quiere cenar? En la cama repasas, otra vez, todo: entrenamientos, charlas, partidos, en que he/hemos fallado… Cuando he querido darme cuenta estaba en la cama, con lágrimas en los ojos y no de sueño. ¡¡Joder que rabia!!
Y aquí estoy. Aquí estamos. Cientos, miles de entrenadores, a esta misma hora en su soledad. Unos compartida, otros acompañada, otros sin poder compartirla. Unos deseando que acabe esto, otros esperando el siguiente partido. Pero de una manera o de otra solo. Y yo ahora mismo me siento, como ya he dicho antes en la que creo que es la peor, la verdadera soledad del entrenador. La que si no es por estas líneas nadie sabría lo que sufrimos. La derrota. Pero encima de las que duelen. De las que acaban con 9 meses de trabajo. De las que tardarás algunos días en darte cuenta de nuevo que esto es Fútbol y deporte y que forma parte de ello. Me vienen a la cabeza Pizzi tras caer el Valencia en la semifinal en el descuento o el Tata Martino tras perder la liga en casa. Seguro que estaban parecidos a mí en este momento. Ninguna radio los llamó esa noche.
Es una sensación parecida a aquella vez que te dejó aquella chica. Esa noche en la que crees que nada será como antes. Esa mezcla de rabia, desilusión, tristeza… en la que crees que no encontraras a nadie como ella, que no volverás a enamorarte.
Pero lo cierto es que volverás a enamorarte, volverás a ganar. Lo bueno del fútbol y que afortunadamente tiene diferente al amor, es que puedes volver a conquistar a esa chica, o a otra, al día siguiente. Que desde ese día harás lo posible para que tu chica, tu equipo, vuelva a ilusionarse. Por que cuando la ves, los ves, recuerdas esos momentos especiales que habéis vivido: cenas románticas, entrenamientos bajo la lluvia, paseos de la mano, remontadas épicas… y empiezas a ver por que un día te enamoraste de ella, por qué te enamoraste del fútbol.
Ahora mismo a las tantas de la madrugada, metido en la cama y escribiendo en el móvil ya no se si me he ido del tema o no, creo que si. Pero en definitiva y a sabiendas que me podía pasar, esto es la soledad del entrenador. Un cerebro que la derrota desordena y que si pudieses escribir a la velocidad que piensas, llenaríamos librerías en pocas horas de sentimientos y pensamientos con y sin sentido unos con otros. De hecho no miro ni lo que he escrito minutos antes. Es más apostaría a que me he podido contradecir en algo. Pero esto va muy deprisa. Deprisa en la cabeza, despacio en el tiempo.
Creo que empiezo a entender que es la soledad del entrenador. La soledad del entrenador no es física, es mental, es necesaria y buscada, es sentir el dolor, el sufrimiento. Es como si fuese necesario para poder recargar pilas. Desahogarse, ordenar y desordenar cosas, pensar, visualizar lo pasado y lo próximo, aprender. Es como cuando mueves brazos y piernas, buscando aire desorientado dentro de esa gran ola que te ha revolcado. Y de repente, en un momento u otro, sacas la cabeza. Coges aire y tratas de guardar el equilibrio. Todavía llega alguna ola que te golpea en las piernas y quiere hacer que caigas pero aguantas y caminas a la orilla. Llegas y te giras mirando al mar como diciendo: “no has podido conmigo”. Llegas al próximo entrenamiento, miras al verde y dices: “no has podido conmigo”